lunes, 23 de marzo de 2009

“Aporte de la Mujer a través de la Historia. Reconociendo su Participación” (10)

Evangelina Rodríguez Perozo

Andrea Evangelina Rodríguez Perozo nació el diez de noviembre de 1880 en San Rafael del Yuna, hija de Felipa Perozo y de Ramón Rodríguez. Realizó sus estudios en el Instituto de Señoritas de San Pedro de Macorís, del que luego sería directora, a la muerte de Anacona Moscoso.

Además de médica y maestra fue autora de cuentos y poesías que dejó dispersos en revistas y periódicos dominicanos. Publicó Granos de Polen, “un cuento esencialmente sociológico”, al decir del doctor Castro, y dejó inédita la novela Selisette, dedicada a la hija que adoptó a ruegos de una paciente fallecida. “Aunque no se casó, educó esa niña, que vino a la capital cuando era adulta, y declaró que cuando la tiranía empezó a perseguir a la doctora, amenazaron al padre a que se la quitara”.

La dictadura de Trujillo la marginó de la sociedad dominicana. La borró del mapa. Fue excluida de los congresos médicos, eliminada del Directorio y de la Síntesis Bibliográfica que incluía los nombres de todos sus colegas. La revista Fémina, donde ella publicaba sus colaboraciones literarias, le cerró sus puertas. El doctor Moscoso Puello, que fue su compañero y conocía su capacidad y sus virtudes, escribió un libro y apenas la menciona. ¿Razones? La obra fue hecha en la Era de “El Jefe”. Y, pese a haber sido la primera médica graduada, con especialidad en pediatría y ginecología, llega a la República procedente de París y a quien se designa como primera maestra en obstetricia es a Consuelo Bernardino, sencillamente por la influencia que ejercían en el régimen sus hermanos, Minerva y Félix.

El doctor Santiago Castro Ventura hace el recuento y refiere que Evangelina Rodríguez Perozo fue acosada, perseguida, golpeada, encarcelada, por sus críticas a la tiranía. Cayó en desgracia y sus pacientes abandonaron la consulta. Esta situación, agrega, devino en una grave enfermedad mental que la llevó a deambular por las calles del Este vociferando consignas contra el terror.

“Se decidió acentuar la represión sobre ella fue confinada en la colonia Pedro Sánchez, en El Seibo. En la fortaleza México, de San Pedro de Macorís, después de interrogarla para saber si instigaba la huelga, y golpearla durante varios días, los guardias la dejaron abandonada en un desierto camino vecinal cerca de Hato Mayor”. Entonces, apunta, “comenzó a caminar, caminar, caminar, tal vez para olvidar su desgracia. En Higuey la encontraron en la puerta de la iglesia, con los brazos en cruz, pidiéndole perdón a la Virgen de La Altagracia porque Trujillo iba a convertir la República en un baño de sangre. Un cuadro típico alucinatorio donde oía las voces de los asesinos maldiciendo a sus víctimas”. Muere el once de enero de 1947 “y la prensa de la época hizo evasión ante su defunción”. Fue una semana después cuando “un osado corresponsal de La Opinión, el joven Francisco Comarazamy, se atrevió a enviar una crónica de su muerte:

“Recientemente ha dejado de existir en esta ciudad, tras dolorosos días de padecimiento, la doctora Evangelina Rodríguez, noble mujer que ejerció la medicina y la literatura con amor y comprensión humanista”.

El olvido, la ingratitud y la indiferencia la han acompañado más allá de la muerte: de la calle que rinde homenaje a su memoria desapareció el rótulo que fue retirado para enmendar el nombre mal escrito. Nunca ha sido repuesto y la vía lleva más de un año sin identificar. Por lo demás, a la meritoria y ejemplar dama sólo se le recuerda como la primera mujer médico dominicana sin resaltarse los valiosos aportes que ofreció al país, los programas que introdujo, aun vigentes, y la inestimable labor social, cultural y patriótica que desempeñó.




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